19 nov 2010

Un cuento de terror

Repicaba la última campanada de las 12 de la noche cuando al unísono tocaban a la puerta del recién llegado. Un joven sacerdote que iniciaba su ministerio en ese olvidado pueblo de Dios. El sonido producido por la roída madera, ¡era indescriptible! Parecía más un profundo lamento, mezcla de terror y agonía, de arrepentimiento y melancolía. Los agónicos toquidos le enchinaron la piel y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se cobijó con sus delgados y pálidos brazos, a la vez que con voz taciturna preguntó desconcertado ¿Quién toca a esta hora del señor? Un alma que busca el descanso eterno, ¡Apenas alcanzó a escuchar! -más como un susurro-
Como pudo, el joven sacerdote llegó a la puerta, volviendo a preguntar ¿Qué puedo hacer por ti hermano? Seguro de que algo verdaderamente grave estaba ocurriendo. Atisbo intrigado, tratando de identificar al feligrés, cuya silueta poco a poco se fue consolidando, adornada por una radiante luna llena, el hijo de dios, alcanzó a distinguir un delicado rostro de mujer, que sobresalía de un fino rebozo que remataba en una hermosa peineta dorada, sus ojos negros resaltaban en su blanca piel que en momentos parecía fundirse entre las caricias de la luz de luna.
Sin darle tiempo de reaccionar al hombre de la sotana, la mujer suplicó desde lo más profundo de su alma – ¡Confiéseme padre, porque he pecado! –
Pero hija, ¿no podrías esperar hasta que amanezca?
¡No! se apresuró a contradecir. Por el amor de dios padre, ¡tiene que ser hoy! y buscando con angustia el horizonte, insistió una vez más, ¡confiéseme padre! esta es mi última oportunidad, no sabe cuántos años he penado por estas solitarias callejuelas, rogando por que llegará este momento, y poniéndose de rodillas imploró una vez más, ¡confiéseme padre, porque he pecado!
El cura trató de incorporar a la devastada mujer, pero cuando se acercó ella ya estaba de pie, en realidad parecía que se mecía al compas del viento, que poco a poco fue envolviéndola. Finalmente el padre la envió a la capilla para alcanzarla más tarde alla.
Como pudo se vistió y acto seguido fue con el sacristán, para que se adelantara y preparara el confesionario. En cuestión de minutos, ya estaba la iglesia lista. El padre se presentó sumamente intrigado, al entrar a la iglesia saludo al sacristán y pasó al confesionario donde ya lo aguardaba la insigne mujer.
 Ave María purísima.
 Sin pecado concebido.
 ¿Cuanto hace que no te confiesas?
 Hace ya demasiados ayeres.
 El cura desconcertado, se encogió de hombros y con solemnidad señaló ¡Dime tus pecados!
 Acúsome padre de haber sido la causante del exterminio de la mayoría de los indígenas de estas tierras.
 Pero como puedes decir eso hija mía, ¡explícate!
 Vera usted padre… Inició la misteriosa mujer, estrujando entre sus huesudas manos un pequeño crucifijo de oro y clavando su mirada en el tiempo, inició su confeción…

Mi familia se estableció en estas apartadas y salvajes tierras e inmediatamente apresaron una gran cantidad de indígenas a las que esclavizaron y pusieron a trabajar y, una de las primeras construcciones fue esta capilla. –el padre no sabía a ciencia cierta si detener esta farsa o ver hasta donde llegaba- finalmente, la dejó continuar.

Yo como devota cristiana, mientras los hombres trabajaban en la construcción, rogaba a mi padre para que me permitiera enseñar la palabra de dios a esos desdichados seres. Todo estuvo bien por algunos años, hasta que una de las acostumbras tardeadas de catequismo, los indígenas no llegaron, inmediatamente hable con mi padre, tan sólo para enterarme de que los indígenas habían sido castigados severamente y puestos presos en una oscura y mal oliente cueva por haber introducido sus ídolos paganos en el altar de la capilla.

Ante esta revelación, la joven se traslado hasta el terrible lugar. Al entrar a la cueva descubrió a las mujeres que a los pies de sus hombres veían como se desangraban por la tremenda golpiza que a punta de machete les habían propinado los verdugos del hacendado. El olor a muerte era cada vez más intenso, por lo que la dama se llevó una mano al rostro hasta que ya no pudo seguir avanzando. Jamás en su vida llegó a imaginar que estaría en las puertas del mismo infierno. De pronto su corazón se paralizó al descubrir que al final de la cueva se encontraban amarrados todos los niños, los cuales con la dignidad de su raza, miraban de frente a la muerte y no pedían clemencia alguna. La mujer dio un paso atraz cuando fue atajada abruptamente por una mujer que con rabia y desesperación la encaró – ¿Por qué gran señora? ¿Qué les hemos hecho para que nos traten así? A lo que la angustiada joven sólo alcanzó a preguntar ¿Pero qué fue lo que paso? ¿Por qué los golpearon de esta manera?

Una anciana que impasible veía la escena, se acercó y con la voz del ocaso, inicio su relato mojándose los labios con las lágrimas de los caídos. Fue nuestra culpa, por haber creído en tus palabras, donde nos contaste que hay un Dios de amor, donde todos somos sus hijos. Pero… ya vez, los tuyos nos han esclavizado. Tu Dios dice ¡no mataras! Y míranos. No robaras y todo lo nuestro se lo han llevado. No desearas a la mujer de tu prójimo y violan a las mujeres por diversión. La joven ya no quiso escuchar más, ¡Así es! recalcó la anciana, todo lo que dicen tus libros son mentiras, en lo único en que no te equivocaste, es que si existe el diablo, ¡son ustedes! y han convertido nuestro mundo en un infierno.

La joven se cubrió el rostro y dio media vuelta, fue en ese momento que la anciana arrancó del cuello de uno de los colgados un crucifijo ensangrentado, el cual la vieja matriarca colocó en la blanca y tersa mano de la joven, quien apretándolo en su pecho, gritó a todo pulmón, ¡No descansaré hasta que este crucifijo cuelgue en una iglesia en el que podamos estar todos unidos, bajo la amorosa mirada de nuestro señor Jesucristo! Para después perderse entre las sombras. Por la golpiza dada a los indigenas, la mayoría murio, hasta dejar casi deshabitado al pueblo y finalmente en ruinas la comunidad, por lo que nunca llegó a consolidarse la capilla en la que pudiera colocarse el crucifijo ensangrentado.

El cura finalmente reaccionó y buscó a la misteriosa mujer, sin embargo, únicamente encontró en el confesionario un reluciente crucifijo, enjugado por las lágrimas derramadas durante la confesión de ultratumba. El sacerdote salió al atrio de la capilla, donde unicamente estaba el sacristán, quien intrigado le pregunto, ¿cree usted padre que venga a confesarse la mujer que esperamos? El sacerdote extrañado cuestionó incrédulo ¿Qué dices? ¡Pero he estado un par de horas con la mujer confesándola! Pero padre, agregó desconcertado el rapavelas, si sólo hace un par de minutos que llegó, fue entonces que se percató en el semblante del joven cura, que parecía haber envejecido inexplicablemente. El amanecer del siguiente día, sorprendió al sacerdote haciendo arreglos al altar de la capilla para colocar bajo los pies de Virgen Morena, un crucifijo bendito, único recuerdo de aquella noche en el que una devota mujer cumpliera una promesa en el confesionario y que el cura nunca podría dar a conocer, pues fue en ¡Secreto de confesión!

FIN.

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